Para el hombre hodierno, acostumbrado al cambio
acelerado, a la idolatría de la novedad, a la superficialidad y la evasión como
forma usual de vida, a vivir envuelto por todo tipo de seducciones, ilusiones y
engaños, poco tiempo le queda para entrar en sí mismo. El ruido y bullicio de
la vida moderna ya no es solamente una característica exterior de la sociedad
contemporánea sino que también han penetrado el interior del propio hombre. Ya
no hay lugar para el recogimiento y la vida interior, pues el fragor y la
dispersión de la rutina cotidiana van acaparando cada vez más los pocos
espacios que aún le quedan al ser humano.
Parecería como si los hombres y mujeres de nuestro
siglo tuviéramos un terrible horror al silencio, un secreto pavor a
descubrirnos carentes de la seguridad que nos proporciona la agitación y la
bulla de la vida moderna. De ahí que, muchas veces, el silencio sea visto como
una especie de amenaza para la persona.
Se hace necesario pues, recuperar una dimensión tan
importante para la realización plena del ser humano como es el silencio.
LA ESCUELA DEL SILENCIO
El silencio del que estamos hablando no consiste en
quedarse callado, en no hablar. No es una ausencia ni tampoco una mera actitud
pasiva. Tampoco se trata de una actitud exterior, pasajera y momentánea. Es
algo muchísimo más rico, más profundo. Es un estado armónico de nuestras
facultades, un estilo interior y constante. Es un silencio rico en presencia
que le abre al ser humano las puertas de la comprensión de sí mismo y lo
dispone para acoger el don de la reconciliación. Es una disposición del
espíritu que nos posibilita escuchar la voz de Dios, nuestra propia voz
interior, a los demás, así como el lenguaje de la creación.
ESCUCHANDO LA VOZ DE DIOS
El silencio siempre ha significado para el hombre
ámbito privilegiado de encuentro y comunión con el Señor. En efecto, el
silencio nos abre a la vivencia de una dimensión de acogida y reverencia que
nos capacita para el encuentro con Dios por su Palabra. El Señor Jesús es el
Verbo Encarnado, la Palabra del Padre que se hace uno de nosotros para
devolvernos la semejanza perdida, para restablecer la comunicación con Dios
rota por el pecado. El Reconciliador de los hombres se manifiesta en el corazón
silencioso del creyente, en ese corazón que aprende a callar, a silenciar su
propia palabra para escuchar la Palabra por excelencia.
El silencio nos dispone para el encuentro con Dios
en la oración personal y comunitaria, así como en las actividades ordinarias de
cada día, mediante la reverencia y la actitud oyente. El silencio nos permite
escuchar a Aquel que incansablemente toca la puerta de nuestro corazón,
esperando que alguien le abra (Ap 3, 20).
CAMINO DE PLENIFICACIÓN PERSONAL
En el silencio, la ser humano encuentra también un
marco eficaz para redescubrirse a sí mismo y el sentido de su existencia. El
silencio aparece como un excelente medio para recuperar el recto dominio
personal, el equilibrio, la paz y la armonía interior.
Silenciando nuestros desórdenes, rescatamos el uso
de nuestra facultades y potencias, heridas por el pecado. Mediante la práctica
del silencio, éstas se apartan de la ilusión y de la mentira hacia las cuales
están habituadas a dirigirse por esa grave distorsión que es el pecado para
pasar del laberinto del extravío, el desorden y la falsedad a una dinámica de
verdad y autenticidad, de realización humana y marcha ascendente hacia la
recuperación de la semejanza perdida.
El ejercicio del silencio busca conducir nuestros
hábitos inconscientes e involuntarios a un nivel voluntario, consciente y
responsable, de manera que se tornen en opciones libres, orientadas al
cumplimiento del divino Plan. Por eso el silencio es también una pedagogía de
la voluntad.
El silencio aparece, pues, como condición esencial
para iniciar un trabajo serio sobre uno mismo en la línea de reorientar
nuestros dinamismos fundamentales, desordenados por la ruptura del pecado.
HACIA LA COMUNIÓN FRATERNA
El hombre es un ser para el encuentro. El silencio
no sólo me posibilita encaminarme hacia el encuentro con Dios; también es un
espacio apropiado para vivir la comunión fraterna. El silencio, al ayudarme a
restaurar mi yo profundo, me permite autoposeerme en libertad y, desde esa
autoposesión, proyectarme a los demás, en un dinamismo amorizante, análogo al
dinamismo de encuentro con Dios, impreso en el corazón humano.
La práctica constante del silencio constituye una
valiosísima manera de reorientar mis capacidades hacia la comunicación en
autenticidad y libertad. La vivencia del silencio, no sólo me facilita la
recuperación del recto sentido del lenguaje tan devaluado en nuestros días sino
que reorienta todo mi ser -mis gestos y actitudes, mi capacidad de escucha y
acogida-, abriéndome así a la comunicación total e integral con los demás.
EL LENGUAJE DE LO CREADO
Las cosas sencillas entre las que nos movemos
escribía el gran teólogo suizo Hans Urs von Balthasar han perdido en buena
medida su lenguaje. Y nosotros, que yo no oímos su palabra, parecemos
analfabetos ante el libro de la creación. Tan acostumbrados a manipular las
cosas, a ejercer nuestro dominio sobe ellas, que nos hemos hecho incapaces de
escuchar el misterioso lenguaje de las cosas creadas.
El silencio nos ayuda a recuperar esa fineza de
espíritu, esa sensibilidad interior que nos hace comprender el transparente y
sencillo idioma del símbolo, la fuerza afirmativa de los signos, el lenguaje
innato de la creación.
MARÍA, LA MUJER DEL SILENCIO
En Santa María, sus hijos encontramos un modelo
claro y cercano donde aprender a vivir el silencio. Su vida entera está
entretejida por el fino tramado de la reverencia amorosa, la escucha atenta, la
fineza de espíritu, la disponibilidad total, la acogida generosa, la docilidad
ante las mociones del Espíritu Santo... Ella, mejor que nadie, supo hacer de su
existencia toda un auténtico gesto litúrgico, viviendo el camino plenificador y
humanizante del silencio.
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El silencio, ámbito de encuentro y comunión con el Señor: 1Re 19, 11-13; Sal 4(3), 5-6; Sab 18, 14-15; Lam 3, 25-26; Hab 2, 20; Sof 1, 7.
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El silencio y la armonía interior: 1Pe 3, 3-4.
PREGUNTAS PARA EL DIÁLOGO
- ¿Cuál es la importancia del silencio para tu vida cristiana?
- ¿Qué puedes hacer para vivir el silencio en un mundo cada vez más acelerado y ruidoso?
- ¿Cuáles son los principales obstáculos que encuentras para vivir el silencio en tu vida?