1. Introducción
Se me ha pedido hablar desde la perspectiva de una familia
espiritual, la Familia Sodálite, que entre otras realidades incluye al
Sodalitium Christianae Vitae y
al Movimiento de Vida Cristiana. Éste último nació en Perú en 1985 y
fue aprobado por la Sede Apostólica en 1994. Entre sus integrantes hay
millares de matrimonios, extendidos en muchas naciones de cuatro
continentes, que han optado por vivir con seriedad y madurez su vida
cristiana.
La promoción de la familia constituye una de las principales
líneas pastorales y preocupaciones de la Familia Sodálite toda. Habría
tanto que decir sobre el matrimonio y la familia, pero ahora nos
resignaremos a una cuantas pinceladas sobre ello.
2. Crisis de la familia
Hace ya un buen tiempo la familia viene sufriendo una crisis de
grave incidencia negativa. Un asedio sistemático busca disociar el amor
conyugal y familiar de la vida de los esposos y de la familia. Cuando se
escuchan expresiones como “familia reconstruida”, “familia
monoparental”, “familia disfuncional” y “uniones de hecho” no se puede
menos que pensar que estamos ante una cultura que acepta estas
situaciones como “normales” y hasta “ideales”. Esta implacable campaña
incorporada al proceso de globalización, viene también afectando la
identidad propia de la familia basada en el matrimonio de un hombre y
una mujer. Pienso que las graves consecuencias de este oscuro fenómeno
constituyen un gravísimo atentado contra los derechos humanos, que en
verdad sólo se pueden fundar en la naturaleza creada por Dios y no en
meras convenciones humanas, modas, dictaduras legales o caprichos
ideologizados. No es secreto para nadie que existe un integrismo
anti-católico que va alimentando estos procesos buscando generar un
mundo inspirado en la “cultura de muerte”. Todo ello va haciendo cada
vez más notorio el valor de la familia en sí, así como su misión como
primera línea en la propuesta real de una sociedad de la vida, una
comunidad más justa, más reconciliada, más según el divino Plan.
3. Programa del camino matrimonial
La Familia Sodálite tiene una posición clara sobre el altísimo
valor de la vida conyugal y familiar y sobre su decisiva importancia en
la construcción de un mundo mejor. También, ofrece una pedagogía para
cooperar con los matrimonios y para que éstos cooperen entre sí en su
camino a la santidad como integrantes de la Iglesia. Este camino se
expresa no solamente en reflexiones y planteamientos teóricos, sino
también en lo que se podría llamar un programa práctico para quien es
llamado a vivir la vocación matrimonial. Se expresa, sucintamente, en
cinco puntos, como los dedos de una mano, que por lo demás simboliza la
acción.
3.1. Primer punto: Santidad personal
El primer punto de los cinco que consideramos que debe aceptar una
persona que es bendecida por Dios con un llamado a la vida matrimonial,
es la santidad personal. No pocos olvidan el orden de las cosas y que,
como se enseña desde tiempos inmemoriales, la caridad empieza por
atender el Plan de Dios para uno mismo. Si este paso no se toma en
cuenta es difícil, por no decir humanamente imposible, asumir el resto.
Con la consciencia clara de los contenidos y objetivos, con la fe en la
mente, es fundamental ir a la conciencia de sí mismo y a responder a la
responsabilidad sobre sí mismo.
Nadie ni nada sustituye el trabajo personal. El fracaso horrible
de tantos millones de matrimonios se debe en buena parte a que no se
parte de la idea de que se trata de un hombre y una mujer que tienen que
marchar hacia el encuentro, armonizarse en el amor y en la vida diaria,
ir construyendo una dimensión de “nosotros” desde sus realidades
individuales, que son irrenunciables. El esposo y la esposa, no se
diluyen, sino que van al encuentro el uno del otro como personas, y por
lo tanto el primer paso lógico y fundamental es vivir el dinamismo
cristiano en uno mismo. Si no trabajas para integrar al Señor Jesús en
tu propia vida, si no lo recibes en tu corazón e interiorizas los
valores y enseñanzas que en Su persona se manifiestan, si no le abres a
Él de par en par las puertas de tu corazón, entonces estarás viviendo
una mentira existencial.
Soy un convencido de que si Dios en Jesús instituye el sacramento
del matrimonio no es para pasar un “barniz” a una situación humana, a
una célula social, por más básica que se la considere, sino para abrir
un caudal vigoroso, apasionante y hermoso de realización de la persona,
un caudal que permita que cada uno de los integrantes de esa aventura
del amor conyugal pueda realizarse y ser feliz a la luz del divino Plan.
El encuentro en el amor, esa integración a la cual están invitados
los esposos, debe ser un horizonte que los lleve a una exigencia
personal cada vez más intensa, a un compromiso personal con Jesús cada
vez mayor, a recorrer un proyecto existencial de cara a la eternidad.
El primer paso es entonces la conciencia de que cada uno como
persona está llamado a la santidad. Primero como persona. Es necesario
que primen la verdad y el realismo. Algunos enviudan, algunas enviudan. Y
no son pocos los que se vuelven a casar. Esta realidad de la vida nos
debe hablar muy claro de que las responsabilidades personales no deben
ni pueden evadirse. Cada quien es ante todo responsable de sí mismo ante
Dios.
3.2. Segundo punto: Los cónyuges
En segundo lugar está obviamente el hermoso y apasionante
horizonte de integración como pareja. Es un esfuerzo conjunto,
obviamente fundado en la búsqueda y respuesta al Señor Jesús de cada uno
de los cónyuges.
El esfuerzo de vivir como esposos se presenta como un maravilloso y
fructífero horizonte, que invita a un encuentro personal, a un proceso
en donde se construya en el Señor Jesús el misterio hermoso del
“nosotros” conyugal. El amor de la esposa al esposo, del esposo a la
esposa, debe ser un amor que se nutre del amor de Jesús, que va al
encuentro del otro en la dinámica de Jesús, de manera tal que cada quien
vaya descubriendo esa luz interior del Señor que se percibe en el fondo
de cada uno. Así, bajo esa luminosidad, se encontrarán con la propia
identidad e irán realmente descubriendo la del cónyuge, pues el Señor
Jesús muestra la identidad del ser humano.
El amor matrimonial es una de las más hermosas aventuras humanas,
pero su éxito, considerada la amorosa gracia que Dios derrama, exige
disciplina personal, ascética, renuncia a los propios egoísmos en favor
del otro, un constante y renovado construir en el vital ideal del amor
conyugal. Un proceso de cercenar, recortar, cortar las aristas, las
espinas que todos llevamos dentro, de eliminar las inconsistencias que
llevamos dentro, construyéndose como parejas en un hermoso proceso
existencial. No hacerlo a diario, no hacerlo cotidianamente, no hacerlo
con el entusiasmo y la frescura de los inicios, no hacerlo con una
visión de auroral novedad cotidiana, es empezar a cavar la tumba del
proyecto de vida personal y conyugal. La perseverancia y fidelidad en el
matrimonio a pesar de ventiscas y problemas es una manifestación de
haber tomado en serio el camino del matrimonio sacramental como vía a la
plenitud de la existencia y a la santidad.
3.3. Tercer punto: Los hijos
Y sigue el tercer paso, el paso del amor formativo a los hijos, la
construcción en el respeto a la dignidad de cada cual de esa familia
que han recibido como don y como tarea. Cuando hay hijos, la pareja
tiene que entender que ellos son plasmación de su amor, y que Dios les
ha dado la responsabilidad de amarlos y educarlos como personas humanas
libres, invitadas al encuentro pleno en la comunión de Dios. No entender
que los hijos son ante todo de Dios es empezar mal. Son personas
confiadas a la educación, al amor, a la ternura y al cuidado de los
padres.
Un afán posesivo, la cosificación, sobre los hijos es tan grave
como la desatención. ¡Ambas actitudes son un crimen contra esas
criaturas! ¡Qué multitud, qué millones de crímenes se cometen sobre
criaturas indefensas por las inconsistencias de padres irresponsables!
Hay muchos que no entienden que, luego del objetivo del amor personal
entre los dos esposos, junto a él está el amor abnegado de ambos a los
hijos; la educación promotora, liberadora, reconciliadora a los hijos; y
la renuncia efectiva, por lo tanto, a todo aquello que, en la vida
personal de cada uno de los esposos y en el matrimonio, como esposos,
impida el desarrollo firme y sano de esas criaturas confiadas a los dos.
Entender esto es fundamental, pues los hijos venidos al mundo forman
parte irrenunciable del proyecto familiar, de la familia. Todo esto
forma también parte de entender el matrimonio como camino de santidad.
La fe ilumina todo este proceso de crecimiento y maduración
familiar. Ante esa luz es necesario examinar las propias actitudes y las
realidades familiares que con la ayuda de la brújula de la fe, del
examen ante lo que profesamos creer, nos muestran si vamos recorriendo
el camino correcto, si andamos en la línea de los pozos que culminan en
oasis, o si nos hemos desviado de la ruta y nos dirigimos a la
sofocación del desierto o hacia pozos donde la poca agua que queda se ha
mezclado con la turbidez de la arena formando un barro aguanoso que
sólo la enorme sed interior puede beber como sucedáneo de las límpidas
aguas de los manantiales, pozos de agua y oasis que son participación
del amor de Cristo.
3.4. Cuarto punto: El trabajo
El matrimonio cristiano es una consagración a la fidelidad. Desde
ese marco se desarrolla la acción personalizadora que va forjando el
ámbito humano mediante el trabajo. Al ingresar a esta dimensión
fundamental de la existencia del ser humano, cada integrante del
matrimonio debe hacerlo con el compromiso de que las aptitudes o
realizaciones profesionales, el trabajo necesario para el sustento del
hogar, no se conviertan jamás en obstáculo para los tres primeros pasos
de estos cinco. En la cultura de hoy esto resulta un fuerte desafío. La
presión de la ideología de la “productividad”, de la competencia
laboral, del consumismo, incluso del desempleo o subempleo, son factores
que inciden en distorsiones que no sólo afectan la vida de los esposos,
sino el desenvolvimiento y sano crecimiento de los hijos. La
postergación de la vida en familia que hoy se constata, de no atenderse
oportuna y eficazmente, incidirá cada vez más negativamente sobre el
matrimonio y la familia. Es por ello, entre otros asuntos, que hay que
tener una recta visión teológica de la realización personal y del
trabajo. En todo caso, al vivir la vocación al matrimonio como camino
hacia la santidad se debe procurar dar la debida prioridad a la vida
conyugal y familiar. El tema, como los otros, daría para hablar mucho.
3.5. Quinto punto: El apostolado
Es costumbre hablar de la Iglesia como algo externo a uno. Es una
muy mala costumbre. Todos los bautizados somos miembros de la Iglesia, y
tenemos en ella derechos y deberes, pero más aún estamos llamados a
amarla y a sentir con ella, a amar y participar en la misión de la
Iglesia. Desde el amor conyugal y familiar, desde una vida transformada
en oración, en liturgia constante que busque dar siempre gloria a Dios,
desde un hogar que quiere ser Cenáculo de Amor, metas de la “iglesia
doméstica” como la llama el Vaticano II, la vida cristiana debe irradiar
y debe hacerlo con intensidad. Los cristianos casados deben volcarse al
apostolado hacia los demás, no como rutina, sino con el mismo
entusiasmo que deben tener en conocerse y amarse unos a otros.
Se ha visto que hay un apostolado interno, que es con el cónyuge,
con los hijos, todos en familia, y hay uno externo que es la irradiación
personal de Jesús desde el propio corazón de la familia, como
testimonio de que la vida cristiana es posible, que es un camino de
transformación personal y de transformación del mundo, que es un sendero
plenificador y vivificante. Desde el corazón de la familia se debe
desplegar la vida cristiana en anuncio del Señor Jesús y en compartir su
caridad con los más necesitados, así como en la evangelización de la
cultura y la transformación del mundo.
4. Conclusión
Con la conciencia de todo esto, quisiera proponer una
desmitificación de la magnitud de la empresa de la propia santidad, de
la santidad conyugal y familiar. La iniciativa de la vocación al
matrimonio es de Dios quien da la gracia. Con ella se debe colaborar y
poner los medios, siguiendo un proceso que ayude a sobrellevar los
desafíos y a alimentarse del amor, el entusiasmo, el cariño. Aunque son
muy pocos los santos en los altares que fueron cónyuges en esta vida,
tengo la certeza de que son miríadas de santas y santos que está
participando de la Comunión de Amor. ¡Millones incontables!
El camino de la santidad matrimonial no es una carrera rápida,
sino de perseverancia. No se trata de tomarlo todo junto, sino paso a
paso, perseverantemente, dejándose ayudar por el Espíritu, e implorando
la intercesión de la siempre Virgen María y del Santo Custodio.
Las familias son la primera línea de la Iglesia. Su tarea es
enorme y apasionante. Son esas “iglesias domésticas”, cuya mera mención
sobrecoge por su grandeza y su misión. Por eso es bueno que los
matrimonios, para ser lo que deben ser, miren siempre a la Familia de
Nazaret, recen a quienes la forman, se dejen impactar por su paz,
belleza y armonía, y ante esa magna escuela de fe descubran la
hermosísima misión de los hogares cristianos, que ardientes en amor, fe y
esperanza están llamados a dar testimonio de lo que es vivir en la luz y
el calor de la ternura de Dios a un mundo que se encuentra sumido en la
oscuridad de la cultura de muerte y tirita de frío porque se viene
escurriendo del abrigo de la Iglesia del Señor,
Ecclesia sua.
Luis Fernando Figari
Primer Superior General del Sodalitium Christianae Vitae y
Fundador del Movimiento de Vida Cristiana
Intervención en el V Encuentro Mundial de las Familias
Valencia (España), 5 de julio de 2006