1. Introducción
La promoción de la familia constituye una de las principales líneas pastorales y preocupaciones de la Familia Sodálite toda. Habría tanto que decir sobre el matrimonio y la familia, pero ahora nos resignaremos a una cuantas pinceladas sobre ello.
2. Crisis de la familia
3. Programa del camino matrimonial
3.1. Primer punto: Santidad personal
El primer punto de los cinco que consideramos que debe aceptar una persona que es bendecida por Dios con un llamado a la vida matrimonial, es la santidad personal. No pocos olvidan el orden de las cosas y que, como se enseña desde tiempos inmemoriales, la caridad empieza por atender el Plan de Dios para uno mismo. Si este paso no se toma en cuenta es difícil, por no decir humanamente imposible, asumir el resto. Con la consciencia clara de los contenidos y objetivos, con la fe en la mente, es fundamental ir a la conciencia de sí mismo y a responder a la responsabilidad sobre sí mismo.
Nadie ni nada sustituye el trabajo personal. El fracaso horrible de tantos millones de matrimonios se debe en buena parte a que no se parte de la idea de que se trata de un hombre y una mujer que tienen que marchar hacia el encuentro, armonizarse en el amor y en la vida diaria, ir construyendo una dimensión de “nosotros” desde sus realidades individuales, que son irrenunciables. El esposo y la esposa, no se diluyen, sino que van al encuentro el uno del otro como personas, y por lo tanto el primer paso lógico y fundamental es vivir el dinamismo cristiano en uno mismo. Si no trabajas para integrar al Señor Jesús en tu propia vida, si no lo recibes en tu corazón e interiorizas los valores y enseñanzas que en Su persona se manifiestan, si no le abres a Él de par en par las puertas de tu corazón, entonces estarás viviendo una mentira existencial.
Soy un convencido de que si Dios en Jesús instituye el sacramento del matrimonio no es para pasar un “barniz” a una situación humana, a una célula social, por más básica que se la considere, sino para abrir un caudal vigoroso, apasionante y hermoso de realización de la persona, un caudal que permita que cada uno de los integrantes de esa aventura del amor conyugal pueda realizarse y ser feliz a la luz del divino Plan.
El encuentro en el amor, esa integración a la cual están invitados los esposos, debe ser un horizonte que los lleve a una exigencia personal cada vez más intensa, a un compromiso personal con Jesús cada vez mayor, a recorrer un proyecto existencial de cara a la eternidad.
El primer paso es entonces la conciencia de que cada uno como persona está llamado a la santidad. Primero como persona. Es necesario que primen la verdad y el realismo. Algunos enviudan, algunas enviudan. Y no son pocos los que se vuelven a casar. Esta realidad de la vida nos debe hablar muy claro de que las responsabilidades personales no deben ni pueden evadirse. Cada quien es ante todo responsable de sí mismo ante Dios.
3.2. Segundo punto: Los cónyuges
En segundo lugar está obviamente el hermoso y apasionante horizonte de integración como pareja. Es un esfuerzo conjunto, obviamente fundado en la búsqueda y respuesta al Señor Jesús de cada uno de los cónyuges.
El esfuerzo de vivir como esposos se presenta como un maravilloso y fructífero horizonte, que invita a un encuentro personal, a un proceso en donde se construya en el Señor Jesús el misterio hermoso del “nosotros” conyugal. El amor de la esposa al esposo, del esposo a la esposa, debe ser un amor que se nutre del amor de Jesús, que va al encuentro del otro en la dinámica de Jesús, de manera tal que cada quien vaya descubriendo esa luz interior del Señor que se percibe en el fondo de cada uno. Así, bajo esa luminosidad, se encontrarán con la propia identidad e irán realmente descubriendo la del cónyuge, pues el Señor Jesús muestra la identidad del ser humano.
El amor matrimonial es una de las más hermosas aventuras humanas, pero su éxito, considerada la amorosa gracia que Dios derrama, exige disciplina personal, ascética, renuncia a los propios egoísmos en favor del otro, un constante y renovado construir en el vital ideal del amor conyugal. Un proceso de cercenar, recortar, cortar las aristas, las espinas que todos llevamos dentro, de eliminar las inconsistencias que llevamos dentro, construyéndose como parejas en un hermoso proceso existencial. No hacerlo a diario, no hacerlo cotidianamente, no hacerlo con el entusiasmo y la frescura de los inicios, no hacerlo con una visión de auroral novedad cotidiana, es empezar a cavar la tumba del proyecto de vida personal y conyugal. La perseverancia y fidelidad en el matrimonio a pesar de ventiscas y problemas es una manifestación de haber tomado en serio el camino del matrimonio sacramental como vía a la plenitud de la existencia y a la santidad.
3.3. Tercer punto: Los hijos
Y sigue el tercer paso, el paso del amor formativo a los hijos, la construcción en el respeto a la dignidad de cada cual de esa familia que han recibido como don y como tarea. Cuando hay hijos, la pareja tiene que entender que ellos son plasmación de su amor, y que Dios les ha dado la responsabilidad de amarlos y educarlos como personas humanas libres, invitadas al encuentro pleno en la comunión de Dios. No entender que los hijos son ante todo de Dios es empezar mal. Son personas confiadas a la educación, al amor, a la ternura y al cuidado de los padres.
Un afán posesivo, la cosificación, sobre los hijos es tan grave como la desatención. ¡Ambas actitudes son un crimen contra esas criaturas! ¡Qué multitud, qué millones de crímenes se cometen sobre criaturas indefensas por las inconsistencias de padres irresponsables! Hay muchos que no entienden que, luego del objetivo del amor personal entre los dos esposos, junto a él está el amor abnegado de ambos a los hijos; la educación promotora, liberadora, reconciliadora a los hijos; y la renuncia efectiva, por lo tanto, a todo aquello que, en la vida personal de cada uno de los esposos y en el matrimonio, como esposos, impida el desarrollo firme y sano de esas criaturas confiadas a los dos. Entender esto es fundamental, pues los hijos venidos al mundo forman parte irrenunciable del proyecto familiar, de la familia. Todo esto forma también parte de entender el matrimonio como camino de santidad.
La fe ilumina todo este proceso de crecimiento y maduración familiar. Ante esa luz es necesario examinar las propias actitudes y las realidades familiares que con la ayuda de la brújula de la fe, del examen ante lo que profesamos creer, nos muestran si vamos recorriendo el camino correcto, si andamos en la línea de los pozos que culminan en oasis, o si nos hemos desviado de la ruta y nos dirigimos a la sofocación del desierto o hacia pozos donde la poca agua que queda se ha mezclado con la turbidez de la arena formando un barro aguanoso que sólo la enorme sed interior puede beber como sucedáneo de las límpidas aguas de los manantiales, pozos de agua y oasis que son participación del amor de Cristo.
3.4. Cuarto punto: El trabajo
El matrimonio cristiano es una consagración a la fidelidad. Desde ese marco se desarrolla la acción personalizadora que va forjando el ámbito humano mediante el trabajo. Al ingresar a esta dimensión fundamental de la existencia del ser humano, cada integrante del matrimonio debe hacerlo con el compromiso de que las aptitudes o realizaciones profesionales, el trabajo necesario para el sustento del hogar, no se conviertan jamás en obstáculo para los tres primeros pasos de estos cinco. En la cultura de hoy esto resulta un fuerte desafío. La presión de la ideología de la “productividad”, de la competencia laboral, del consumismo, incluso del desempleo o subempleo, son factores que inciden en distorsiones que no sólo afectan la vida de los esposos, sino el desenvolvimiento y sano crecimiento de los hijos. La postergación de la vida en familia que hoy se constata, de no atenderse oportuna y eficazmente, incidirá cada vez más negativamente sobre el matrimonio y la familia. Es por ello, entre otros asuntos, que hay que tener una recta visión teológica de la realización personal y del trabajo. En todo caso, al vivir la vocación al matrimonio como camino hacia la santidad se debe procurar dar la debida prioridad a la vida conyugal y familiar. El tema, como los otros, daría para hablar mucho.
3.5. Quinto punto: El apostolado
Es costumbre hablar de la Iglesia como algo externo a uno. Es una muy mala costumbre. Todos los bautizados somos miembros de la Iglesia, y tenemos en ella derechos y deberes, pero más aún estamos llamados a amarla y a sentir con ella, a amar y participar en la misión de la Iglesia. Desde el amor conyugal y familiar, desde una vida transformada en oración, en liturgia constante que busque dar siempre gloria a Dios, desde un hogar que quiere ser Cenáculo de Amor, metas de la “iglesia doméstica” como la llama el Vaticano II, la vida cristiana debe irradiar y debe hacerlo con intensidad. Los cristianos casados deben volcarse al apostolado hacia los demás, no como rutina, sino con el mismo entusiasmo que deben tener en conocerse y amarse unos a otros.
Se ha visto que hay un apostolado interno, que es con el cónyuge, con los hijos, todos en familia, y hay uno externo que es la irradiación personal de Jesús desde el propio corazón de la familia, como testimonio de que la vida cristiana es posible, que es un camino de transformación personal y de transformación del mundo, que es un sendero plenificador y vivificante. Desde el corazón de la familia se debe desplegar la vida cristiana en anuncio del Señor Jesús y en compartir su caridad con los más necesitados, así como en la evangelización de la cultura y la transformación del mundo.
4. Conclusión
El camino de la santidad matrimonial no es una carrera rápida, sino de perseverancia. No se trata de tomarlo todo junto, sino paso a paso, perseverantemente, dejándose ayudar por el Espíritu, e implorando la intercesión de la siempre Virgen María y del Santo Custodio.
Las familias son la primera línea de la Iglesia. Su tarea es enorme y apasionante. Son esas “iglesias domésticas”, cuya mera mención sobrecoge por su grandeza y su misión. Por eso es bueno que los matrimonios, para ser lo que deben ser, miren siempre a la Familia de Nazaret, recen a quienes la forman, se dejen impactar por su paz, belleza y armonía, y ante esa magna escuela de fe descubran la hermosísima misión de los hogares cristianos, que ardientes en amor, fe y esperanza están llamados a dar testimonio de lo que es vivir en la luz y el calor de la ternura de Dios a un mundo que se encuentra sumido en la oscuridad de la cultura de muerte y tirita de frío porque se viene escurriendo del abrigo de la Iglesia del Señor, Ecclesia sua.
Luis Fernando Figari
Primer Superior General del Sodalitium Christianae Vitae y
Fundador del Movimiento de Vida Cristiana
Primer Superior General del Sodalitium Christianae Vitae y
Fundador del Movimiento de Vida Cristiana
Intervención en el V Encuentro Mundial de las Familias
Valencia (España), 5 de julio de 2006
Valencia (España), 5 de julio de 2006
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